miércoles, 1 de julio de 2009

Literatura

Listones de Colores


Bernardo, desde la cama de su prisión, hace el recuento de los años que ha permanecido en aquel lugar y de los que le faltan por purgar, con el lastre de los recuerdos a la espalda y la culpa de haber matado a su propia madre. Tal recuento lo lleva a narrar los pormenores, las condiciones y las circunstancias en que comete el crimen, después de una búsqueda infructuosa y casi surrealista de sus hermanos, dispersos por la vida.

Muchos años antes, desde otra cama no menos trágica, la de Esmeralda, su compañía por muchos años, Bernardo nos hace sopesar el inmenso amor por esta niña bella de cabellos largos que nació en la infancia, en la escuela pública donde ambos compartían el aula, que floreció, creció y los unió en un cuarto pequeño dentro de un barrio marginal, donde las peripecias de ambos para sobrevivir ganan el protagonismo y empujan a Bernardo a unirse a las pandillas, lo que lo lleva por los caminos de la desgracia, por los que también arrastra a Esmeralda quien paga el precio más alto de toda esta vorágine. Consciente de que la desobediencia a la pandilla se paga con la vida, propia o ajena, intenta salir de ese sórdido mundo, pero las garras de ese monstruo son más largas y más fuertes que su empeño.

Esmeralda, a las puertas de fugarse con Bernardo, después de enfrentar los reproches de sus padres, nos lleva por los inicios de aquella relación impregnada de sentimientos genuinos, inocencia infantil y verdadera devoción por un amor que debe defender, aun a costa de su propio sacrificio. En ese mismo recorrido, también nos cuenta de los inicios de Bernardo en la pandilla, de sus esfuerzos por sacarlo de aquella vida de delincuencia, horror y muerte, y del apoyo de Mario, amigo en las buenas y en las malas, cuya entrega al bienestar de Esmeralda, enciende la pólvora de la historia.

Estela, la madre de Bernardo, acaba de recibir la noticia de que su hijo ha sido hospitalizado, pero semejante tragedia le parece insignificante frente al hecho de haberlo encontrado después de muchos años de no saber de él. Mujer de múltiples achaques, de recuerdos y culpas más pesados que los dolores de sus articulaciones, Estela nos lleva por la historia familiar antes, durante y después de la filiación de Bernardo a las pandillas. Crímenes, el asesinato de su pequeña hija, traiciones, mentiras y múltiples incidentes, hacen de su historia un eje imprescindible en el sentido global de la novela.
Mario, quien empieza como amigo de Bernardo en la ciudad a donde éste ha ido a exiliarse, después de la primera represalia de su pandilla, termina por cambiar de bando y se une a la causa de Esmeralda en el esfuerzo por sacar a Bernardo de aquella vida. Debe también pagar con su propio sacrificio, la osadía de retar al líder, Cásper, y de meter las narices en la relación de los tres. Testigo de los atentados de Cásper en contra de Bernardo y Esmeralda, busca ayuda en su buena amiga Cata para cambiar el panorama. Inmiscuido también dentro del mundo sórdido de las drogas, su visión del hampa es más amplia y esta condición es clave para sus objetivos redentores.

Parada frente a la antigua celda de Bernardo o sentada frente a la ventana donde él se sentaba a mirar el mundo, Cata reflexiona y se echa a la espalda la mayor dosis de culpa de todo lo que ha pasado en la vida de Bernardo y Esmeralda. Dotada de una sabiduría innata y un alma limpia, nos narra la convivencia con Estela, los avatares de Bernardo en la búsqueda del amor perdido, la tristeza acumulada en la inconsciencia y en el rostro de Esmeralda, la valentía y la pasión de Mario y la verdad escondida detrás de todo lo que Bernardo pretende mostrarnos.

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